Tras la muerte de los discípulos, surgieron líderes cristianos que guiaron al pueblo de Dios en distintas épocas, enfrentando grandes desafíos. Cuanta más gracia de Dios recibían, mayor era la oposición que encontraban. Aun así, persistieron en enseñar la Palabra según el entendimiento que tenían. Para ellos, cualquier nuevo conocimiento bíblico era suficiente para proclamar la revelación divina, a menudo desafiando la autoridad opresiva de la religión católica.
En medio de esa oscuridad, la declaración de Martín Lutero que el justo por la fe vivirá, que está escrita en la biblia, provocó el rechazo del papa y sus seguidores, pero también encendió un movimiento que se expandió por Europa. Multitudes respondieron al mensaje de aquellos hombres valientes y abandonaron la idolatría del romanismo en busca de la verdad bíblica, que había estado oculta durante siglos.
Esta chispa de conocimiento de Dios fue inmediatamente atacada de diversas maneras. Satanás no solo persiguió y asesinó a millones de creyentes mediante las autoridades eclesiásticas, sino que también mantuvo a muchos de estos siervos de Dios atados a las tradiciones religiosas que habían aprendido desde la infancia. Así como los israelitas adoptaron prácticas paganas durante su cautiverio de 430 años, estos hombres, aunque guiados por la idea de un nuevo despertar de la fe, seguían aferrados a antiguas costumbres heredadas de la idolatría.
Muy difícilmente tuvieron la objetividad y el conocimiento necesarios para discernir que muchas de las prácticas de las iglesias reformadas eran solo modificaciones de las practicadas por la religión católica. No comprendieron que la única forma de recibir más conocimiento de Dios es nacer de nuevo a través del agua y el Espíritu Santo. Jesús dijo que no se puede echar «vino nuevo en odres viejos»; de manera que, para recibir más revelación de Dios, es necesario abandonar todas… absolutamente todas las tradiciones religiosas anteriores.
Algunos predicadores, como Martín Lutero, continuaron creyendo en la transustanciación del cuerpo de Cristo en la hostia; es decir, creían que la hostia se convertía literalmente en el cuerpo de Cristo. ¿Diríamos entonces que Lutero fue un falso maestro? En ninguna manera… pero el peso de las tradiciones era demasiado para que un solo hombre las sobrellevara.
Martín Lutero, líder de la Reforma Protestante, escribió en 1543 el tratado Sobre los judíos y sus mentiras (Von den Juden und ihren Lügen), donde expresó opiniones profundamente antijudías. En este escrito, Lutero describió a los judíos con términos despectivos y propuso medidas extremas contra ellos, como quemar sinagogas y escuelas, destruir libros de oración, prohibir a los rabinos predicar, confiscar sus propiedades y someterlos a trabajos forzados o expulsarlos.
Estas posturas contrastan con sus opiniones anteriores; inicialmente, Lutero creía que los judíos podrían convertirse al cristianismo si se les presentaba el Evangelio de manera adecuada. Sin embargo, al no lograr su conversión, adoptó una postura más hostil.
El impacto de este tratado ha sido objeto de debate. Algunos historiadores consideran que influyó en el antisemitismo alemán posterior y en ideologías que llevaron al Holocausto. Durante el régimen nazi, los escritos de Lutero fueron utilizados para justificar la persecución de los judíos. No obstante, otros académicos argumentan que su influencia fue limitada y que factores más complejos contribuyeron al antisemitismo en Alemania.
Desde la década de 1980, diversas iglesias luteranas han condenado los escritos antijudíos de Lutero, reconociendo su contenido ofensivo y distanciándose de esas posturas.
Sin profundizar en este tema, podemos afirmar que Dios no ha desechado a su pueblo, a pesar de que rechazaron a su Mesías. Considerando esto, aunque algunos de ellos mantengan prácticas idólatras y estén arraigados en sus tradiciones, como cristianos no debemos incitar a nadie a rechazarlos. Incluso cuando los israelitas expresan gratitud a Dios por no haber nacido Goym, gentil impuro, o mujer, no debemos verlos como enemigos de la ciudadanía celestial. La Palabra de Dios indica claramente que ellos son la base del cristianismo; a ellos vino el Mesías, y debido a su incredulidad, nosotros hemos sido incluidos en las promesas y pactos que originalmente les pertenecían… aunque no a todos, sino al remanente santo que Dios ha reservado dentro de Israel.
Te presento la versión comprimida de la cita bíblica de Romanos 11:11-23. «¿Han tropezado los de Israel para caer? En ninguna manera; por su transgresión, la salvación ha llegado a los gentiles para provocarles a celos. Si su transgresión es riqueza para el mundo… ¿cuánto más lo será su plena restauración? A vosotros, gentiles, os hablo: honro mi ministerio para, si es posible, provocar a celos a los de mi sangre y salvar a algunos de ellos. Si su exclusión es reconciliación para el mundo, ¿qué será su admisión, sino vida de entre los muertos? Si las primicias son santas, también lo es toda la masa; y si la raíz es santa, también lo son las ramas… Así que no te jactes contra ellas; recuerda que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. Por su incredulidad fueron desgajadas, y tú permaneces por la fe. No te ensoberbezcas; teme, pues si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira la bondad y la severidad de Dios: la severidad para los que cayeron y la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad. Y aun ellos, si no permanecieren en incredulidad, serán injertados de nuevo, pues Dios es poderoso para hacerlo.» Romanos 11:11-23.
Al parecer, Lutero pasó por alto estas contundentes declaraciones de Pablo y se ensañó contra el pueblo elegido por Dios, menospreciándolos y persiguiéndolos, de forma similar a como los fariseos lo hicieron con los discípulos de Jesús y como la religión del papa actuó contra cualquiera que no se sometiera a su hegemonía; no solo contra los «Reformadores», sino contra TODOS los que se atrevían a desobedecer. Esto, obviamente, cuestiona la opinión que millones tienen sobre Lutero. Muchos creen que él fue el artífice de la Reforma, la cual produjo la libertad religiosa actual; sin embargo, en estas pocas referencias, vemos cómo Lutero aún desconocía muchas doctrinas básicas. De ninguna manera le debemos el evangelio moderno, pues la obra es de Dios y no del hombre.
No estoy en contra de Lutero, pero tampoco puedo afirmar que el movimiento evangélico moderno se lo debamos a él. Lo único que deseo es evidenciar que las figuras de «Siervo de Dios» que tenemos en la actualidad no representan el modelo divino. Tampoco la palabra que se predica generalmente está apegada a las Escrituras. Uno de los problemas más comunes hoy en día es creer que todos los predicadores son ungidos por Dios y que sus enseñanzas son verdaderas; como veremos más adelante, muchas de estas han surgido como resultado de una mala interpretación bíblica y no de la inspiración divina.
Muchas Fechas para un Solo Evento
A lo largo de la historia, grandes predicadores han cometido errores doctrinales que, aunque distintos a los de Martín Lutero, han tenido implicaciones igualmente alejadas de la enseñanza bíblica. Uno de estos predicadores fue William Miller, conocido por ser uno de los primeros en proclamar el retorno literal del Mesías tras un largo periodo de oscurantismo. William Miller predijo que Jesús regresaría en 1844, basándose en su interpretación de Daniel 8:14: «Y él dijo: Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado.» Según su perspectiva, esta purificación aludía a la purificación de la tierra con fuego en el segundo advenimiento de Jesús.
Convencido de su interpretación, Miller dedicó años a investigar en la Biblia el punto de partida de esos 2,300 días, que él consideraba “años proféticos”. Su conclusión fue que este periodo comenzaba en el año 457 a.C., cuando el rey Artajerjes emitió un decreto para la restauración de Jerusalén, y que culminaría en la primavera de 1844. A medida que se acercaba la fecha, ocurrieron varios eventos que Miller interpretó como confirmaciones de que el tiempo del fin estaba próximo.
La iglesia metodista a la que pertenecía Miller, cuyos miembros luego fueron llamados «adventistas,» fue la raíz de los actuales «adventistas del séptimo día». Ellos comenzaron a proclamar el inminente retorno de Jesús, y creían que ciertos fenómenos naturales cercanos a 1844 estaban directamente relacionados con las profecías de Mateo 24 y el Apocalipsis. Por ejemplo, Miller interpretó la lluvia de meteoritos del 13 de noviembre de 1833, conocida como las Leónidas, como el evento descrito en Apocalipsis 6, donde se habla de estrellas que caen del cielo. Además, consideró que el terremoto que devastó Lisboa el 1 de noviembre de 1755 era una de las señales que indicarían el retorno de Jesús, como parte de los grandes eventos proféticos de los últimos tiempos.
A pesar de la certeza con la que William Miller y sus seguidores esperaban el retorno de Cristo en 1844, este evento no sucedió, lo que resultó en una gran decepción entre sus seguidores, conocida como «el Gran Chasco». Este episodio nos muestra cómo la interpretación humana de las Escrituras puede llevar a errores significativos, recordándonos la importancia de un estudio bíblico cuidadoso y guiado por el Espíritu Santo.
El 1 de noviembre de 1755, Lisboa sufrió uno de los terremotos más devastadores y mortales de la historia, con una magnitud estimada de 9 en la escala de Richter. Este sismo, cuyo epicentro se ubicó en el océano Atlántico, aproximadamente a 200 km al oeste-suroeste del Cabo de San Vicente, fue seguido por un maremoto y un incendio que destruyeron casi por completo la ciudad, causando entre 60,000 y 100,000 muertes.
William Miller interpretó este evento como el terremoto descrito en Apocalipsis 6:12-13: «Y miré cuando él abrió el sexto sello, y he aquí fue hecho un gran terremoto; y el sol se puso negro como un saco de cilicio, y la luna se puso toda como sangre; y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera echa sus higos cuando es movida de gran viento.»
A medida que se acercaba la fecha de 1844, diversos fenómenos parecían corroborar las predicciones de Miller, fortaleciendo la fe de miles de cristianos que se preparaban para el encuentro con el Mesías. Incluso, los periódicos de la época mencionaban el inminente retorno de Jesús. El 19 de mayo de 1780, conocido como el «Día Oscuro» en Nueva Inglaterra, el sol se oscureció en la costa este de los Estados Unidos. Esa mañana, densas nubes cubrieron el horizonte, sumiendo la región en una oscuridad inusual, como si la noche se hubiera adelantado. Las aves buscaron refugio y animales nocturnos emergieron de sus madrigueras. Este fenómeno inexplicable llenó de asombro y temor a la población; algunos pastores convocaron asambleas de oración, interpretando el evento como una señal del fin del mundo.
Estos acontecimientos fueron vistos por los seguidores de Miller como señales proféticas que anunciaban el inminente retorno de Cristo, reforzando su convicción en las interpretaciones de las Escrituras que sostenían.
En el siglo XXI, disponemos de tecnología avanzada que nos permite comprender que los eventos que Miller interpretó como señales del advenimiento de Jesús son, en realidad, fenómenos naturales que ocurren regularmente en distintas partes del mundo. Hoy sabemos, por ejemplo, que terremotos de gran magnitud ocurren con cierta frecuencia. En los últimos 100 años, algunos sismos han sido igual de devastadores, o incluso más, que el terremoto de Lisboa.
Además, los científicos han clasificado y trazado las trayectorias de las lluvias de meteoritos, permitiéndonos observar estos fenómenos de forma predecible en diferentes épocas del año. Entre las lluvias de meteoritos más destacadas están las Cuadrántidas en enero, las Líridas en abril, las Perseidas en agosto, las Oriónidas en octubre, las Leónidas en noviembre y las Gemínidas en diciembre.
Los eclipses solares, que en épocas pasadas eran considerados señales divinas, también son eventos astronómicos bien comprendidos hoy en día. Se estima que ocurren entre 2 y 5 eclipses de sol al año en distintas partes del mundo. Para observar uno de estos eclipses en una región específica, pueden pasar entre 200 y 300 años, por lo que los fenómenos que en el pasado parecían señales inminentes del fin del mundo, hoy los reconocemos como parte de los ciclos naturales del universo.
A pesar de esta comprensión científica, otros predicadores en tiempos modernos han fijado fechas para el retorno de Jesús y el fin del mundo en múltiples ocasiones. Cada uno de ellos creía firmemente que su generación sería testigo de estos eventos; sin embargo, el error radica en establecer fechas precisas. Cuando tales fechas pasan sin que ocurra el evento esperado, muchos creyentes experimentan desilusión, al punto que algunos llegan a abandonar su fe en Jesús. Es importante recordar que el acto de esperar no debería ser motivo de vergüenza para los creyentes.
Tito 2:12-14 dice. «enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.»
Todos los antiguos murieron con la esperanza de recibir la promesa de la vida eterna y de ver la venida del Mesías en gloria. Aunque no alcanzaron esta promesa en vida, perseveraron en su fe, esperando con certeza algo mejor. Como señala el libro de Hebreos, ellos murieron con la vista puesta en lo eterno. «Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad.» Hebreos 11:13-16.
Creer que Jesús regresará en algún momento de nuestra vida no es motivo de vergüenza; al contrario, este anhelo debería llenarnos de gozo y esperanza, ayudándonos a soportar cualquier tribulación. Sin embargo, el problema surge cuando intentamos fijar una fecha específica para Su regreso. A lo largo de la historia, este error ha generado gran desilusión entre aquellos que colocan su esperanza en un evento en lugar de en el Señor mismo, quien es el dueño y señor de todos los tiempos.
Jesús mismo dijo que nadie conoce la fecha de su regreso, excepto el Padre. Esta advertencia debería ser suficiente para que dejemos de intentar predecir la fecha exacta. Aun así, la humanidad es persistente en su afán de “predecir” el acontecimiento más grande de la historia, olvidando que Dios ha reservado este conocimiento solo para Él.
Varios grupos religiosos, a lo largo de los siglos, han caído en este error. Los Testigos de Jehová, por ejemplo, han realizado múltiples predicciones fallidas sobre la fecha del retorno de Jesús, lo que ha llevado a desilusiones dentro de sus comunidades. Del mismo modo, los «adventistas del séptimo día» también hicieron predicciones sobre el regreso de Cristo que terminaron en desengaños, como el ocurrido en 1844. Otros, como el líder Jim Jones, llevaron a sus seguidores a extremos trágicos, convenciéndolos de que el fin del mundo estaba tan cerca que debían acabar con sus vidas en preparación.
Estas experiencias nos recuerdan la importancia de anclar nuestra fe en Dios y en Sus promesas eternas, en lugar de en fechas o cálculos. Nuestra esperanza debe estar puesta en Jesús, quien nos da la fortaleza para perseverar sin importar el tiempo que pase, pues sabemos que Su regreso, aunque incierto en fecha, es seguro y glorioso.
Millones de cristianos depositan su esperanza en la interpretación de un predicador sin examinar por sí mismos las profecías. Muchas de estas profecías se cumplirán en algún momento, pero no necesariamente en nuestras vidas. Puede que el regreso del Mesías tarde aún más, pero eso no debe inquietarnos, porque el tiempo «adicional» que Dios ha otorgado a la humanidad es una oportunidad para que millones de personas aún no nacidas puedan conocer a Jesús.
Las profecías que anunciaban la primera venida del Mesías y sus padecimientos estaban al alcance de todos los israelitas; ellos conocían las Escrituras desde su infancia y no ignoraban las profecías de Isaías que predecían el sufrimiento del Mesías. Sin embargo, no existía una escritura que dijera explícitamente que estas profecías se referían a Jesús.
«Angustiado él, y afligido, no abrió su boca: como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. De la cárcel y del juicio fue quitado; y su generación ¿quién la contará? Porque cortado fue de la tierra de los vivientes; por la rebelión de mi pueblo fue herido. Y dispúsose con los impíos su sepultura, más con los ricos fue en su muerte; porque nunca hizo él maldad, ni hubo engaño en su boca. Con todo eso Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando hubiere puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada.» Isaías 53:7-10.
Para nosotros, es evidente que Isaías describió los sufrimientos de Jesús con detalle, pero los discípulos no lo entendieron de esa forma. Durante tres años y medio, disfrutaron de la presencia de Jesús y contemplaron el poder y la sabiduría sobrenatural que emanaban de Él; por eso, no prestaron mucha atención cuando les dijo que el “Hijo del Hombre tenía que morir a manos de pecadores”. Ellos creían que su ministerio duraría muchos años. Sin embargo, cuando llegó el momento de su captura y posterior crucifixión, quedaron perplejos; no podían imaginar que el hombre que detuvo la tempestad y echaba fuera demonios terminaría de esa manera.
Las profecías nos ayudan a reconocer los tiempos, los personajes y los eventos que ocurrirán en el futuro, pero de ninguna manera nos proporcionan las fechas exactas. La curiosidad por conocer el porvenir ha llevado a muchos siervos de Dios a caer en el pecado de la adivinación, ya que predicen que algo sucederá en un momento específico, cuando la Escritura lo prohíbe.
Juan el Bautista supo cuándo debía comenzar su ministerio; sin embargo, la unción que obraba en él lo guió a esperar el momento propicio para anunciar al que vendría después de él. Al igual que Jesús, Juan esperó hasta los 30 años para iniciar su ministerio. Ambos sabían desde la infancia quiénes eran y qué debían hacer, pero no actuaron impulsivamente ni buscaron el reconocimiento humano; aguardaron la voz de Dios para comenzar y cumplir su misión.
Instrumentos como Pablo también fueron usados por Dios para traer revelaciones a los creyentes del primer siglo sobre el tiempo del fin. Con el paso de los años, estas enseñanzas han sido tergiversadas y a menudo son irreconocibles. Pablo escribió muchas cosas sobre el retorno de Jesús, algunas de las cuales eran difíciles de entender, incluso para los mismos apóstoles.
«Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición. Así que vosotros, oh amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza. Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.» 2 Pedro 3:15-18.
Actualmente, muchos maestros se consideran más espirituales que Pedro y creen que pueden interpretar las palabras de Pablo a su conveniencia, enseñando doctrinas que el propio apóstol Pablo combatió, argumentando que fue él quien las enseñó. Pablo, sin embargo, no pretendía saberlo todo, y comprendía que la sabiduría humana jamás podría desentrañar los secretos de Dios. Por esa razón dijo: “porque en parte conocemos y en parte profetizamos”.
El ejemplo más claro de esta afirmación es que tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento se habla de una sola resurrección. Jesús predicó sobre la resurrección de los muertos, y Pablo escribió sobre la resurrección de los muertos. Sin embargo, en el libro de Apocalipsis, es la primera y única vez que se menciona la existencia de dos resurrecciones.
Así, Pablo nunca supo que se trataría de “dos resurrecciones”, ya que el libro de Apocalipsis fue escrito alrededor del año 95 de nuestra era, después de la muerte de Pablo. Por lo tanto, le fue imposible conocer lo que allí se reveló. Este «pequeño» detalle cambia la perspectiva sobre quiénes, cuándo, y cuántos resucitarán en la primera y en la segunda resurrección de los muertos.
Si quieres profundizar un poco más sobre este tema, escucha nuestro estudio titulado: La Resurrección de los Muertos.
Profecías para nuestro tiempo
Este ejemplo evidencia que los detalles de las profecías provienen exclusivamente de la revelación de Dios a Sus siervos, y no de conclusiones derivadas de la razón humana. La Palabra de Dios afirma claramente que habría profecías para el tiempo del fin, es decir, preparadas para ser reveladas en el futuro, específicamente algunas profecías de Daniel, de modo que incluso los apóstoles desconocían su significado.
«Pero tú, Daniél, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia se aumentará.» Daniel 12:4. Incluso en la época de los apóstoles, las profecías de Daniel no fueron reveladas por Jesús, porque estaban reservadas para el tiempo del fin; Jesús sabía que el tiempo de su primera venida no era el tiempo del fin, por lo que no dio detalles sobre ello. Por eso les dijo que las fechas y los detalles de los eventos futuros no eran de su incumbencia: “Y les dijo: No toca a vosotros saber los tiempos o las sazones que el Padre puso en su sola potestad” Hechos 1:7.
Aunque Dios ocultó muchos detalles del tiempo del fin, especialmente las fechas, nos ha permitido conocer el escenario general en que estos eventos se desarrollarán. Por ejemplo, Daniel profetizó hace miles de años que llegaría un tiempo como el que vivimos actualmente. No cabe duda de que estamos en tiempos cercanos al fin, pues la ciencia, desde mediados del siglo XX, ha crecido exponencialmente, la alta tecnología domina nuestro diario vivir, y la movilidad es casi ilimitada; ahora podemos tomar un avión y llegar al otro lado del mundo en pocas horas. Este es el tiempo señalado en las Escrituras, en el que los hombres vivirían en decadencia espiritual, buscando su propia satisfacción y deseos.
Aunque en el pasado muchos predicadores afirmaban vivir en tiempos del fin, épocas también caracterizadas por violencia, falta de moral y sensualidad, la maldad actual supera con creces la de tiempos anteriores. Hace más de cien años, algunos cristianos comenzaron a ser seducidos por la modernidad y el progreso económico, dejando atrás las enseñanzas fundamentales de la Palabra de Dios en favor de los placeres del mundo. Con el tiempo, olvidaron la advertencia del apóstol Santiago de que “la amistad con el mundo se constituye enemistad para con Dios”. Sin embargo, hubo hombres como John Wesley, quien amonestaba a aquellos que procuraban la admiración de los hombres, perdiendo, sin saberlo, la gracia de Dios; él dijo en uno de sus sermones:
«No malgastéis tan precioso talento solo para agradar a los ojos con atavíos superfluos y adornos innecesarios. No empleéis recursos en embellecer excesivamente vuestras casas con muebles inútiles y costosos, ni en decorarlas con cuadros, pinturas o dorados extravagantes… No gastéis nada para satisfacer la soberbia de la vida, ni para obtener la admiración de los hombres. ‘Siempre que te halagues a ti mismo, los hombres hablarán bien de ti.’ Cada vez que te vistas de púrpura y de lino fino blanco, y disfrutes de banquetes espléndidos todos los días, no faltará quien aplauda tu elegancia, tu buen gusto, tu generosidad y tu hospitalidad ostentosa. Pero no pagues tan caro esos aplausos. Conténtate, más bien, con el honor que viene de Dios.» — John Wesley, Wesley Works, sermón 50.
Las costumbres mundanas que pocos cristianos adoptaban en siglos pasados son hoy el pan de cada día. Estas prácticas no solo son aceptadas, sino fomentadas y enseñadas desde los púlpitos. En lugar de cuidar las almas de los creyentes, algunos ministros los conducen al peligro espiritual, enseñando doctrinas sensuales y mundanas que los apóstoles y reformadores combatieron aun a costa de sus propias vidas. El remanente fiel que Dios ha preservado a través de los siglos ha enseñado que la mundanalidad es una piedra de tropiezo para el verdadero cristiano. Sin embargo, en el siglo XXI, sucede lo contrario; hoy, en lugar de “convertir al mundo, el mundo convierte a los cristianos”. Muchos cristianos imitan al mundo en su música, entretenimientos, formas de dirigir la congregación, e incluso en la manera de educar a sus hijos.
Es indudable que vivimos en tiempos cercanos al fin. Pero también es el tiempo en el cual Dios abrirá los ojos de Su pueblo para que comprendan las Escrituras, tal como lo hizo con Sus discípulos. «Y él les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliesen todas las cosas que están escritas de mí en la ley de Moisés, y en los profetas, y en los salmos. Entonces les abrió el sentido, para que entendiesen las Escrituras; Y díjoles: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día.» Lucas 24:44-46.
Esta apertura del entendimiento es lo que la Iglesia necesita urgentemente para comprender que la Palabra de Dios es una sola, y que ninguna congregación puede encerrarse en su propia interpretación. El cuerpo de Cristo debe seguir la dirección de su Cabeza, lo que implica romper con el tradicionalismo religioso que afecta a muchas denominaciones hoy en día. Es imposible cumplir con la gran comisión de “hacer discípulos” si la doctrina varía de una congregación a otra. Jesús enseñó a sus apóstoles un solo evangelio, el cual se encuentra en las Sagradas Escrituras.
Lo único que necesitamos es que Dios nos abra el entendimiento para que todos lo comprendamos de la misma manera. En la actualidad, esto es difícil, porque cada uno busca sus propios intereses. En cambio, los primeros cristianos, guiados por el Espíritu Santo, caminaban todos en la misma dirección.
Un predicador me dijo un día que todo lo necesario para alcanzar la salvación está escrito en la Biblia, y que nadie puede agregar nada más a lo que ya conocían. Con esto quería decir que «la enseñanza de esa denominación» es lo único que se necesita saber para ser salvos, porque según ellos, lo que enseñan está respaldado por Dios. Este mismo concepto lo tienen muchas otras “asociaciones cristianas”, sin darse cuenta de que muchas de esas denominaciones difieren sustancialmente entre sí y, especialmente, de la Palabra de Dios.
Este enfoque, evidentemente, contradice la Palabra de Dios, que nos llama a «alcanzar la unidad de la fe», es decir, a tener una única doctrina, que proviene únicamente del Espíritu Santo. El argumento de este pastor es válido desde un punto de vista bíblico, porque, en efecto, lo que necesitamos saber para alcanzar la salvación está escrito en la Biblia. Sin embargo, el problema radica en que muchas de las doctrinas proclamadas desde los púlpitos no están en armonía con ella.
Al contrario, las enseñanzas bíblicas resultan “nuevas” o incluso “extrañas” para quienes nunca han escuchado la sana doctrina y han absorbido únicamente las tradiciones de su denominación y sus “doctrinas” institucionales. Estas personas suelen dar más importancia al credo de su congregación que a la Palabra de Dios. Cuando alguien se atreve a profundizar más en las Escrituras y a cuestionar la conformidad doctrinal de su denominación, es frecuentemente etiquetado como inconforme, rebelde o inadaptado.
Estas personas suelen enfrentar la oposición de muchos que dicen ser sus hermanos, e incluso de sus pastores. Las autoridades eclesiásticas, en general, defienden a toda costa la integridad de sus enseñanzas más que la verdad de las Escrituras, que terminan siendo solo lineamientos generales en lugar de mandamientos. Por lo general, cuando alguno de estos “inadaptados” va más allá de simplemente escuchar, recibe amenazas o advertencias como las siguientes:
«Esta es nuestra doctrina y así lo enseñamos,» dicen algunos con firmeza, dejando claro que no hay espacio para cuestionamientos. «Esta es nuestra forma de pensar,» añaden, reforzando la idea de que cualquier discrepancia es vista como una amenaza a la unidad. «Esta es la visión del Pastor,» insisten, subrayando que las directrices de la iglesia están bajo una única interpretación. Y si alguien expresa inquietudes o dudas, suele recibir respuestas como: «No existe iglesia perfecta,» o, en casos más extremos, «Si no está de acuerdo con lo que enseñamos aquí, busque otra congregación.»
Frases como estas denotan apatía, desprecio y soberbia hacia aquellos que buscan diligentemente la verdad, pero también representan un motivo de orgullo para quienes defienden sus “instituciones”. Para ellos, lo que «son» como denominación es más importante que lo que Dios demanda de ellos. El cuerpo de Cristo está dividido y cada parte actúa a su antojo, cumpliéndose así lo que el apóstol Pablo predijo sobre el tiempo del fin.
«Requiero yo pues delante de Dios, y del Señor Jesucristo, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende; exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina; antes, teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.» 2 Timoteo 4:1-4.
Esta palabra se está cumpliendo al pie de la letra en nuestros días. Los cristianos rechazan cualquier llamado a la santidad y se sienten “ofendidos” si el predicador habla sobre el pecado. Algunos incluso amenazan al pastor que “contrataron” con que debe moderar su postura frente a la maldad, advirtiéndole que, si continúa así, perderá miembros o, peor aún, su empleo.
Dios mostrará a pocos las señales de su regreso
Hace dos mil años, Dios escogió a algunas personas para reconocer al Mesías aun antes de que se manifestara públicamente e hiciera milagros. Personajes como María, José, Zacarías (el padre de Juan), Elizabeth (la madre de Juan), los pastores, Simeón el anciano y Ana la profetisa recibieron la bendición de ver al Mesías con sus propios ojos. Estas personas fueron elegidas para dar testimonio de su encuentro personal con el Hijo de Dios, y esta revelación vino en el momento preciso en que las profecías se cumplían.
Aunque la mayoría no conocía el significado de estas profecías, se cumplieron igualmente. Esto mismo ocurrirá antes del regreso de nuestro Señor: Él mostrará a sus escogidos cosas que ha mantenido ocultas por siglos. No se trata de “adivinar” lo que Dios hará, sino de una auténtica manifestación del poder de Dios, hablando explícitamente a estos hombres para mostrarles cosas que han estado escritas por siglos pero que están más allá de la comprensión humana.
El regreso de Cristo no será un evento encubierto; habrá señales que podremos ver y a las cuales debemos prestar mucha atención. Jesús dijo a sus discípulos que, cuando vieran esas señales, el tiempo habría llegado. «Y les dijo una parábola: –Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando veis que ya brotan, vosotros entendéis que el verano ya está cerca. Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que el reino de Dios está cerca.» Lucas 21:29-31.
La clave está en observar, y no en tratar de interpretar la profecía con cálculos matemáticos, para hacer coincidir fechas con “revelaciones personales”; ni mucho menos intentar fijar fechas para el retorno de Jesús. Dios jamás ha revelado fechas a nadie en ninguna época; todos los eventos profetizados se identificaron en el momento en que sucedían o tiempo después. Existen muchas profecías que se cumplirán en el tiempo del fin, pero es imposible tratar de interpretarlas; simplemente las veremos cumplirse.
Una de esas señales es la restauración del estado de Israel. Los apóstoles querían saber si el Señor restauraría el Reino de Israel en su tiempo: «Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?» Hechos 1:6. Durante años, la nación de Israel estuvo bajo la ocupación del Imperio Romano, y, de acuerdo con las Escrituras, la venida del Mesías tenía como objetivo la liberación de Israel de manos del opresor, por lo cual los discípulos estaban interesados en saber si Jesús restauraría el estado de Israel para deducir el tiempo de su regreso.
Sin embargo, en lugar de responder con un sí o un no, Jesús les dijo que no les correspondía a ellos conocer los tiempos y las sazones que solo el Padre sabe. En lugar de presenciar la restauración de Israel, vieron su destrucción y fueron desterrados de su propia tierra en el año 70, cuando Jerusalén fue invadida por el general Tito y el templo fue destruido hasta sus cimientos. Durante 1,900 años, el pueblo judío no tuvo tierra; aunque conservaron sus costumbres como pueblo, no tuvieron un lugar al que pudieran llamar hogar. La restauración del estado de Israel ocurrió en 1948, cuando las Naciones Unidas concedieron al estado de Israel su independencia. Esta es una de las señales del regreso de Jesús, pero existen otras señales descritas en la Biblia que ellos desconocieron; Dios ha dispuesto revelar cosas específicas en cada época específica.
El Padre ha determinado que sepamos solo aquello que Él desea revelarnos. Así, a algunos les entregó una parte, y a otros un tanto más, pero nadie en el pasado, ni siquiera Moisés, recibió “todo” el conocimiento. A través de los siglos, Dios ha anunciado lo que ocurrirá en el tiempo señalado. Es interesante saber que, por ejemplo, el libro de Apocalipsis no es un misterio como muchos lo consideran, sino que es «una Revelación».
«Y me dijo: No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca.» Apocalipsis 22:10. Aunque el Apocalipsis fue escrito con gran cantidad de simbolismos, esto NO SIGNIFICA QUE ESTA PROFECÍA ESTÉ SELLADA; estos símbolos tienen como propósito ocultar a los incrédulos las verdades reveladas a los creyentes. De la misma manera que los incrédulos no comprendieron las parábolas, estas profecías serán reveladas únicamente a los siervos de Dios.
Si el tiempo está cerca y el libro de Apocalipsis es una revelación, ¿por qué entonces la gran mayoría de los cristianos no lo entiende? Dios, en su infinita sabiduría, nos dejó una respuesta a esta interrogante: «entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.» 2 Pedro 1:20-21. Esta es la clave de la interpretación bíblica: nadie puede recibir una profecía si no ha sido inspirado por el Espíritu Santo, y de la misma forma, nadie puede interpretar ninguna profecía si el Espíritu Santo no se lo revela. La interpretación de las profecías no proviene de la lógica o el conocimiento escatológico de un cristiano, sino de la REVELACIÓN DE JESUCRISTO.
Para colmo, incluso esta declaración de Pedro ha sido tergiversada, pues he oído a predicadores afirmar que la profecía puede ser interpretada por cualquier persona, argumentando que existen tantas interpretaciones como predicadores haya. Es decir, que uno tendría la libertad de interpretar la profecía a su antojo. Esto, obviamente, es una de las tantas aberraciones doctrinales de los últimos tiempos y de ninguna manera es lo que dice la Escritura. El Espíritu Santo inspiró a los profetas para que escribieran conforme a la voluntad de Dios, de manera que cada uno de ellos apuntó únicamente lo que Dios le reveló, y sus escritos tienen un solo propósito y van encaminados hacia el mismo fin. No podemos afirmar que a un predicador, Dios le ha mostrado un plan, y a otro predicador un plan diferente.
La Escritura nos dice que los primeros cristianos estaban «UNÁNIMES»; es decir, pensaban y actuaban en el mismo propósito. Aunque cada uno de ellos tenía su propia personalidad, ninguno hacía lo que quería, sino que se sometían a la soberanía de Dios. Las profecías solo pueden ser interpretadas por el Espíritu Santo, de la misma manera que Daniel recibió la interpretación de los sueños y visiones que tuvo. Daniel no intentó forzar una interpretación; en cambio, pedía a Dios que se la mostrara y, si esto no ocurría, simplemente lo aceptaba.
Los profetas de tiempos antiguos investigaron diligentemente acerca de los eventos que sucederían en el futuro, esperando que Dios se los revelara. Así fue como anunciaron con anticipación la venida del Mesías y sus sufrimientos. Algunas de estas profecías no se cumplieron en tiempos de los apóstoles, ni en nuestros días, por lo que se cumplirán en el futuro.
«Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles.» 1 Pedro 1:10-12.
Muchas profecías están abiertas
El libro de Apocalipsis menciona que en los tiempos finales Dios consumará lo que anunció a los profetas, es decir, todas las profecías descritas en cada uno de sus libros se cumplirán. Dios levantará un ministerio profético que proclamará el retorno de Jesús en el momento exacto de su regreso, tal como Juan el Bautista lo hizo. No me refiero a charlatanes que hacen gala de un poder que no tienen, que dicen: el Señor dice, cuando el Señor no ha dicho nada. Hablo de verdaderos profetas de Dios, ungidos con poder y sabiduría de lo alto.
«… sino que, en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el misterio de Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas … Y él me dijo: Es necesario que profetices otra vez sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes.» Apocalipsis 10:7,11.
Si deseas saber más respecto a este movimiento profético, escucha nuestro estudio titulado: El Día de venganza de Jehová.
De nuevo la Palabra de Dios se confirma en el libro de Apocalipsis, capítulo 1, versículo 1 cuando dice: «La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan.» Es decir, el libro de Apocalipsis es un mensaje y una revelación de Dios a sus siervos los profetas, sus verdaderos profetas, de las cosas que van a suceder en el tiempo del fin. No fue una revelación para el tiempo de Juan, ni para el tiempo de la Reforma; es una revelación para los últimos días. Es una revelación para los días previos al retorno de Jesucristo.
Cuando el ángel le dice a Juan: “Es necesario que profetices otra vez sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes”, está declarando el despertar de un nuevo movimiento profético que se desarrollará en el tiempo del fin. La misión de estos dos profetas es anunciar las cosas que van a suceder pronto, es decir, vienen a cumplir las cosas que están escritas en el libro de Apocalipsis, pero también vienen a traer plagas como castigo a las naciones.
Algunos creen que los profetas mencionados en estos versículos son Moisés y Elías, quienes se supone predicarán durante tres años y medio a Israel en el tiempo de la gran tribulación. Piensan al igual que los discípulos que Elías y Moisés bajarán del cielo y cumplirán esa misión. Aunque la Escritura no confirma que estos dos profetas sean ellos, sí asegura un nuevo despertar en el movimiento profético, del cual ha carecido el pueblo de Dios en los últimos dos mil años. No me refiero a los pseudo profetas que vemos en la actualidad, sino a verdaderos profetas de Dios, como los que menciona el Antiguo Testamento.
La misión de los profetas de Israel en el pasado fue, ante todo, servir como mensajeros de Dios para guiar, advertir y consolar a su pueblo. Ellos jugaron un rol fundamental al transmitir la voluntad y los mandatos divinos. Su misión no solo incluía anunciar eventos futuros, sino también llamar a la rectitud y la justicia, enfatizando la importancia de vivir en fidelidad a Dios y a su pacto.
Una de las tareas principales de los profetas fue confrontar a Israel por sus pecados. Con valentía, denunciaron la idolatría, la corrupción, la injusticia social y la opresión, recordando a la nación que su relación con Dios implicaba tanto una adoración fiel como una conducta ética.
En los últimos días, los profetas de Dios harán lo mismo, pero no solo a Israel, sino al mundo entero. Su ministerio será global, con un mensaje de juicio a las naciones. Ellos, como dice la Palabra de Dios, recibirán revelación de Dios para entender las profecías que han estado ocultas por siglos. Prepárate para recibir de Dios revelación fresca y veraz porque en los últimos días se mostrará como nunca lo hizo en la antigüedad.
Esta palabra se está cumpliendo porque recientemente he visto otros sitios que hablan de los mismos temas que este sitio.
trabajo como el que ustedes realizan nos motiva para seguir desarrollando nuestra función como humildes viajeros en el tiempo felicidades .