Hace algún tiempo, conversé con una persona que no era cristiana y que pasó por una situación muy difícil en Estados Unidos. Me contaba que, cuando llegó a ese país, no tenía absolutamente nada, y se vio obligado a pedir limosna para juntar 89 centavos y comprar una sopa instantánea. Buscaba ayuda en momentos de gran necesidad, y solo la iglesia católica le ofreció apoyo. Con el tiempo, su situación mejoró; hoy no es una persona rica, pero ha logrado sostener a su familia.
Lo que más me llamó la atención fue un comentario que me hizo. Me dijo que, durante su crisis, tuvo que acudir a varios albergues para desamparados para poder alimentarse. Estos centros de ayuda a los necesitados generalmente son dirigidos por iglesias de línea católica, como los presbiterianos, anglicanos o católicos carismáticos. Y me preguntaba por qué los cristianos evangélicos parecen rehuir esta responsabilidad, claramente predicada por Jesús y practicada al pie de la letra por sus discípulos, tal como lo muestra el libro de los Hechos:
“En aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquellos eran desatendidas en la distribución diaria. Entonces los doce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas. Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo.” Hechos 6:1-3.
En el tiempo de los discípulos, ellos no solo atendían a las viudas israelitas, sino también a las gentiles (griegas). Era una labor fundamental que hoy en día parece haber perdido prioridad. En nuestra época, el esfuerzo de muchas iglesias se centra en “entretener” a los asistentes. Buscan mantener los locales de reunión en óptimas condiciones, con alfombras, butacas cómodas, modernos equipos de sonido, pantallas gigantes y proyectores.
Sin embargo, muchas veces no se enfocan en atender las necesidades de sus miembros, aunque hay excepciones a esta regla. La Escritura dice que “… y se repartía a cada uno según su necesidad”. Este movimiento fue practicado por los discípulos a diario, lo que demuestra que, en los primeros tiempos de la iglesia, la prioridad no eran los “templos físicos” sino los “templos espirituales”, es decir, las personas. La actitud de ayudar a los hermanos en la fe que no tenían qué comer y que buscaban apoyo en momentos de gran necesidad era, para los apóstoles, la principal actividad después de la predicación y la oración.
Los apóstoles también buscaron ayuda en momentos de necesidad.
Incluso el apóstol Pablo atravesó momentos de gran necesidad, como él mismo lo reconoce ante los filipenses. De esta forma, encontramos una respuesta a los problemas de falta de empleo o de hambre:
“En gran manera me gocé en el Señor de que ya al fin habéis revivido vuestro cuidado de mí; de lo cual también estabais solícitos, pero os faltaba la oportunidad. No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. Sin embargo, bien hicisteis en participar conmigo en mi tribulación. Y sabéis también vosotros, oh filipenses, que al principio de la predicación del evangelio, cuando partí de Macedonia, ninguna iglesia participó conmigo en razón de dar y recibir, sino vosotros solos; pues aún a Tesalónica me enviasteis una y otra vez para mis necesidades. No es que busque dádivas, sino que busco fruto que abunde en vuestra cuenta.” Filipenses 4:10-17.
Pablo buscaba que sus hermanos en Filipos cosecharan “fruto”, un beneficio espiritual que al final de cuentas sería para ellos mismos. Recordemos que Jesús dijo que es mejor dar que recibir. Si los hermanos en la fe que tienen empleo, que pueden ir semanalmente al supermercado y pagar todas sus facturas, apoyaran, aunque fuera un poco a los hermanos que han perdido su trabajo, la situación sería muy diferente.
Por ejemplo, si en una congregación de 100 personas, 20 de ellas hubiesen perdido su empleo, los otros 80 podrían ayudarlos. Algunos podrían llevarles alimentos, otros podrían aportar dinero para que cubran sus necesidades básicas, como el agua y la electricidad. No basta con decirles “estamos contigo”; es necesario demostrarles ese apoyo con acciones, no solo con palabras ni buenas intenciones.
Este es un llamado a aquellos hermanos que aún no han extendido su mano para ayudar a otro: ¡háganlo ya! No se trata solo de la asistencia material, sino de mostrar el amor de Cristo de una forma tangible. A ti, que atraviesas una situación económica difícil y sientes que no encuentras una salida, te pido que tengas paciencia. Sé que no es fácil, pero la palabra de Dios dice: “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré”. Hebreos 13:5. Dios no se ha olvidado de ti, aunque muchos de los que Él ha enviado para ayudarte sí lo hayan hecho.
No los culpes; es posible que no comprendan su responsabilidad de apoyar a sus hermanos. No te desesperes, porque Dios promete venir en tu ayuda si confías en Él. Y sobre todo, ora por tus hermanos y clama a Dios, porque Él siempre responde a quienes claman con un corazón sincero.
Recuerda que las pruebas, aunque difíciles, pueden ser una oportunidad para que nuestra fe crezca y para que aprendamos a depender totalmente de Dios. Mantén la esperanza viva, sabiendo que Dios tiene el control y que, en su tiempo perfecto, traerá la solución que necesitas. No estás solo; el Señor está contigo y, si confías en Él, pronto verás su mano obrando en tu favor.
Gracias x los estudios . Gracia y paz