La navidad un misterio religioso

La navidad un misterio religioso
Por: Rafael Monroy
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Los primeros rastros de la celebración de la Navidad en Babilonia

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l origen de las festividades invernales se remonta a la antigua Babilonia, donde se celebraba el nacimiento de Tamúz, un dios asociado con la fertilidad, la vegetación y el renacimiento de la naturaleza. Según la mitología babilónica, Tamúz era hijo de Semirámis, quien también era venerada como una deidad madre. Se decía que Tamúz había muerto y resucitado, simbolizando la muerte y el renacimiento de la naturaleza con cada ciclo estacional.

El 25 de diciembre, justo después del solsticio de invierno, marcaba el momento en que las horas de luz comenzaban a alargarse nuevamente. Este evento celestial era de vital importancia para las civilizaciones agrícolas, ya que simbolizaba el regreso de la luz y la promesa de cosechas futuras. Las festividades de Tamúz incluían banquetes, sacrificios y la adoración de símbolos de la vida eterna, como los árboles de hoja perenne.

Paralelamente, en el antiguo Egipto se celebraba el culto a Osiris, otro dios asociado con la muerte y la resurrección. Según la leyenda, Osiris fue asesinado por su hermano Set y resucitado por su esposa, Isis. Este ciclo de muerte y resurrección simbolizaba la renovación de la vida y el poder del renacimiento. Aunque las fechas exactas de las celebraciones egipcias no coincidían necesariamente con el 25 de diciembre, el concepto de un dios que renace tras la oscuridad influiría más tarde en las festividades de otras culturas.

Las celebraciones de Osiris también incluían símbolos de vegetación y luz, reflejando la importancia del ciclo solar. Las ofrendas y rituales aseguraban la regeneración del Nilo y, con él, la fertilidad de las tierras de cultivo.

El culto a Mitra, originario de Persia, tuvo un impacto significativo en la forma en que los romanos y otras culturas percibieron las festividades invernales. Mitra, conocido como el dios de la luz y la verdad, era adorado por los soldados romanos y representaba la victoria del bien sobre el mal. Su nacimiento, que según las leyendas ocurrió de una roca, se celebraba el 25 de diciembre. Esta fecha no era casual: simbolizaba el retorno del sol tras el día más corto del año, marcando el inicio de un nuevo ciclo de luz y esperanza.

El mitraísmo se extendió por el Imperio romano, y sus festividades incluían banquetes, ritos de iniciación y ceremonias secretas. A pesar de su carácter esotérico, el culto se volvió popular entre los legionarios y comerciantes, contribuyendo a la adopción de elementos solares en las futuras celebraciones navideñas.

En Roma, el invierno era recibido con la Saturnalia, una de las festividades más importantes del calendario romano, celebrada en honor a Saturno, el dios de la agricultura. Esta celebración comenzaba el 17 de diciembre y se extendía durante varios días, incluso hasta el 23 de diciembre. Durante la Saturnalia se suspendían las normas sociales, se intercambiaban regalos y los esclavos podían comportarse como libres, lo que creaba un ambiente de desenfreno y libertad.

Los romanos decoraban sus hogares con ramas de árboles de hoja perenne y encendían velas, simbolizando la luz y la vida en medio de la oscuridad invernal. Estas tradiciones, junto con los banquetes y los cantos festivos, son reconocibles en las costumbres navideñas actuales.

El Sol Invictus y la influencia del cristianismo durante el Imperio romano

El 25 de diciembre también estaba dedicado al Dies Natalis Solis Invicti (el día del nacimiento del Sol Invicto). Esta festividad fue instaurada en el siglo III por el emperador Aureliano y se convirtió en una celebración oficial del culto al sol. El Sol Invicto era una deidad solar que simbolizaba la continuidad y el poder del sol, elemento esencial para la vida y la prosperidad del Imperio.

Cuando el cristianismo católico comenzó a expandirse por el Imperio Romano, los líderes de la Iglesia Católica enfrentaron un desafío: cómo establecer y fortalecer la fe cristiana en un entorno repleto de prácticas y festividades paganas. Para facilitar la conversión de los pueblos paganos, la Iglesia decidió adaptar y «cristianizar» ciertas festividades, y así, en el siglo IV, se proclamó el 25 de diciembre como la fecha oficial para celebrar el nacimiento de Jesús. De esta manera, se transformó una celebración pagana del solsticio de invierno en un evento cristiano que conmemoraba la llegada del «Sol de Justicia», que se menciona en Malaquías 4:2; es decir, lo asociaban con Jesucristo. La celebración del nacimiento de Tamúz fue sustituida por la figura de Cristo. Aunque la evidencia bíblica coloca el nacimiento del hijo de Dios en otra época del año, igual se usó esa fecha para conmemorarlo.

En las culturas nórdicas y germánicas, el Yule era la festividad más importante durante el invierno, que también coincidía con el solsticio. Se encendían hogueras y se quemaba el tronco de Yule, un símbolo de protección y buena fortuna para el año entrante. Estas culturas creían que la luz del fuego ayudaba a vencer las tinieblas del invierno y a alejar los malos espíritus. Las familias se reunían para celebrar, cantar y compartir comidas, mientras rendían homenaje a sus dioses, incluyendo a Odín, que en algunas leyendas cabalgaba por el cielo durante las noches invernales.

El Yule también incluía la práctica de decorar casas con ramas de árboles perennes y muérdago, símbolos de vida y resistencia ante la dureza del invierno. Estas costumbres, junto con los festines y la adoración a la naturaleza, se fueron incorporando a las tradiciones navideñas cuando el cristianismo se extendió a las tierras germánicas.

Durante la Edad Media, la celebración de la Navidad adquirió un carácter más solemne, pero también se mezcló con las costumbres populares de la época. Las iglesias comenzaron a representar escenas del nacimiento de Cristo y a organizar misas especiales. Sin embargo, la influencia de las festividades precristianas aún se hacía sentir. En muchas partes de Europa, las celebraciones de invierno seguían marcadas por la bebida, la música y los festines.

San Nicolás de Myra, o la leyenda de Santa Claus

La figura de San Nicolás, un obispo del siglo IV conocido por su generosidad, también se incorporó a las tradiciones navideñas. En la Europa medieval, San Nicolás se convirtió en el patrón de los niños, y los regalos que dejaba a los más pequeños sentaron las bases para la figura moderna de Santa Claus.

El origen de Santa Claus es un relato que se ha formado a lo largo de los siglos, tomando elementos de leyendas, historias religiosas y tradiciones populares. La figura moderna de Santa Claus es una amalgama de distintas fuentes, siendo la principal la historia de San Nicolás de Bari, o San Nicolás de Myra, un obispo del siglo IV conocido por su generosidad y milagros.

San Nicolás nació en el siglo III en la ciudad de Patara, en la región de Licia, que hoy forma parte de Turquía. Sus padres eran cristianos ricos que murieron cuando él era joven, dejándole una considerable herencia. Nicolás decidió dedicar su vida al servicio de Dios y, según la tradición, utilizó su fortuna para ayudar a los pobres y necesitados.

Eventualmente, se convirtió en obispo de Myra (actual Demre), una ciudad conocida por su comunidad cristiana y su fervor religioso. Nicolás fue muy querido por su bondad y actos de caridad, y su fama creció gracias a historias que lo presentaban como un protector de los niños y los marineros.

Una de las historias más famosas y que más contribuyó a la imagen de San Nicolás como un generoso dador de regalos es la leyenda de las tres hijas pobres. Se cuenta que un hombre de Myra, empobrecido, no podía proporcionar una dote para casar a sus hijas, lo que las condenaba a una vida de miseria o, según la costumbre de la época, a ser vendidas como esclavas. Al enterarse de esta situación, Nicolás arrojó en secreto una bolsa de oro por la ventana de la casa del hombre durante tres noches consecutivas, proporcionando así la dote para cada hija. Esta historia es la base de la tradición de dejar regalos en los calcetines o zapatos, simbolizando la generosidad y el espíritu de ayuda desinteresada.

Otra leyenda cuenta que San Nicolás resucitó a tres niños que habían sido asesinados y puestos en un barril de salmuera por un carnicero. Esta historia, aunque macabra, reforzó su reputación como protector de los niños y contribuyó a la percepción de su carácter milagroso.

Las historias que presentan a San Nicolás como un ladrón o delincuente son raras y no forman parte de las leyendas cristianas tradicionales. Es posible que estas versiones provengan de una mala interpretación de su historia de generosidad. Como parte de su humildad y compromiso de hacer el bien sin reconocimiento, Nicolás realizó muchas de sus acciones de caridad de manera secreta. Por ejemplo, cuando lanzaba las bolsas de oro por las ventanas para ayudar a las familias pobres, lo hacía en la oscuridad de la noche para no ser visto. Esta práctica podría haber llevado a que algunos lo percibieran como alguien que actuaba de forma furtiva, lo cual podría haber dado lugar a relatos tergiversados sobre supuestos actos de robo.

Sin embargo, estas historias no tienen fundamento histórico ni respaldo en los relatos tradicionales de su vida. San Nicolás es ampliamente reconocido en la historia cristiana como un santo católico, benévolo, honrado y comprometido con el bienestar de los demás.

La figura de San Nicolás se popularizó en Europa y, particularmente, en los Países Bajos, donde se le conocía como Sinterklaas. Los colonos holandeses llevaron la tradición de Sinterklaas a América del Norte en el siglo XVII, y con el tiempo, la figura evolucionó en los Estados Unidos. En 1823, el poema «A Visit from Saint Nicholas» (también conocido como «The Night Before Christmas»), escrito por Clement Clarke Moore, ayudó a formar la imagen de Santa Claus como un personaje alegre que volaba en un trineo tirado por renos y repartía regalos a los niños en la víspera de Navidad.

Thomas Nast, un famoso caricaturista del siglo XIX, fue quien consolidó la imagen moderna de Santa Claus con su barba blanca y su traje rojo, ilustraciones que aparecieron en revistas y publicaciones de la época. En el siglo XX, la imagen fue popularizada aún más por campañas publicitarias, como las de Coca-Cola, que reforzaron la figura de Santa Claus como la conocemos hoy. La figura de Santa Claus, que se desarrolló a partir de San Nicolás, se ha enriquecido con elementos de diversas culturas y mitologías, convirtiéndose en un ícono global de la generosidad y la alegría navideña.

Otro elemento que se popularizó ampliamente fue el árbol de Navidad, que también tiene sus orígenes en el paganismo.

El árbol de Navidad tiene un origen antiguo y diverso que se remonta a distintas culturas y tradiciones precristianas. Aunque hoy en día se asocia principalmente con la celebración de la Navidad cristiana, sus raíces están en ritos paganos relacionados con la adoración de la naturaleza y la llegada del solsticio de invierno.

Desde tiempos antiguos, muchas culturas han considerado a los árboles, especialmente a los de hoja perenne, como símbolos de vida y renovación. Durante el solsticio de invierno, las noches más largas del año, los pueblos antiguos celebraban el regreso del sol y la promesa de la llegada de la primavera. Los árboles de hoja perenne, que permanecían verdes durante todo el año, representaban la vitalidad y la resistencia ante el invierno.

En la antigua Babilonia y en Egipto se creía que un árbol verde simbolizaba el renacimiento del dios Tamúz, quien moría y resucitaba cada año. En Egipto, la adoración al dios Osiris, asociado con el ciclo de la muerte y la resurrección, también incluía símbolos de vegetación, como palmeras y otros árboles que representaban la vida eterna.

En las tribus nórdicas y en la celebración del Yule, las tribus germánicas y escandinavas celebraban durante el solsticio de invierno, decorando sus hogares con ramas de árboles de hoja perenne y encendiendo hogueras. El Yule marcaba el retorno de la luz solar y la esperanza de un nuevo año. Estas ramas y árboles se consideraban elementos protectores que alejaban a los malos espíritus y celebraban la continuidad de la vida.

Los romanos también tenían sus propias celebraciones invernales. Durante la Saturnalia, que se celebraba en honor al dios Saturno, decoraban sus casas con ramas de árboles y guirnaldas. Esta festividad, que comenzaba a mediados de diciembre, incluía intercambios de regalos, banquetes y una atmósfera festiva que se asemeja a la Navidad moderna. Las ramas de laurel y los árboles de hoja perenne eran símbolos de prosperidad y buena suerte, y su uso durante la Saturnalia contribuyó a la práctica de decorar con vegetación durante las festividades de invierno.

Con la llegada del catolicismo, muchas de estas tradiciones paganas fueron adaptadas y reinterpretadas para alinearse con la nueva fe. Aunque no hay evidencia de que los primeros cristianos usaran árboles como parte de sus celebraciones, las prácticas de decorar con ramas de hoja perenne persistieron y comenzaron a adoptar un significado cristiano.

El árbol de Navidad tal como lo conocemos hoy se desarrolló principalmente en Europa, y hay varias historias sobre su origen de esta celebración, por ejemplo, San Bonifacio y el Roble de Thor. Según una leyenda del siglo VIII, San Bonifacio, un misionero cristiano en Alemania, cortó un roble sagrado dedicado al dios Thor para demostrar el poder del cristianismo sobre las deidades paganas. En su lugar, creció un abeto, que Bonifacio declaró como símbolo del amor eterno de Dios. Esta historia contribuyó a la veneración del árbol de hoja perenne como símbolo cristiano.

Otra historia es el Misterio de los Paraísos que se celebraban durante la Edad Media. Estas eran obras de teatro llamadas misterios o dramas de misterio, las cuales eran populares. Una de las más destacadas era la que representaba la historia de Adán y Eva en el Paraíso. Para representar el Jardín del Edén, se usaba un árbol decorado con manzanas rojas, que simbolizaban el fruto prohibido. Esta representación teatral se realizaba el 24 de diciembre, conocido como el Día de Adán y Eva, y algunos historiadores sugieren que el «árbol del Paraíso» se convirtió con el tiempo en el árbol de Navidad, al que se le añadieron símbolos cristianos como las manzanas (que más tarde se transformaron en esferas) y velas (simbolizando la luz de Cristo).

Alemania es ampliamente reconocida como el lugar donde surgió la tradición moderna del árbol de Navidad. Los registros más antiguos indican que los hogares alemanes comenzaron a decorar árboles en el interior de sus casas en el siglo XVI. Según la tradición, Martín Lutero, el líder de la Reforma protestante, fue el primero en añadir velas encendidas a un árbol. Se cuenta que, una noche de invierno, mientras caminaba por un bosque, quedó impresionado por la belleza de las estrellas que brillaban a través de las ramas de los árboles. Para recrear esa escena para su familia, llevó un árbol a su casa y lo decoró con velas.

A finales del siglo XVII y principios del siglo XIX, el uso del árbol de Navidad se extendió por Europa y América. En el Reino Unido, la tradición fue popularizada por la reina Victoria y el príncipe Alberto, de origen alemán, quienes instalaron un árbol de Navidad en el Palacio de Windsor. La imagen de la familia real alrededor del árbol, publicada en periódicos, inspiró a la población británica a adoptar esta práctica. En los Estados Unidos, la tradición llegó con los inmigrantes alemanes y se popularizó durante el siglo XIX.

Con el tiempo, el árbol de Navidad se convirtió en un símbolo universal de la celebración navideña. En el siglo XX, la decoración de los árboles evolucionó para incluir luces eléctricas, bolas de cristal, guirnaldas y figuras de ángeles o estrellas en la punta, que representan el ángel que anunció el nacimiento de Jesús o la estrella de Belén.

La tradición de los árboles de Navidad ha continuado evolucionando, adaptándose a las culturas y estilos de vida modernos. Hoy en día, el árbol de Navidad es una parte integral de estas festividades en todo el mundo, simbolizando la alegría, la unión familiar y la esperanza en la temporada navideña.

La celebración de la Navidad en la Edad Media marcó un punto de partida para la celebración de esta festividad en los tiempos modernos.

La celebración de la Navidad en la Edad Media era un evento complejo y variado, influenciado tanto por las tradiciones católicas como por las costumbres paganas que se integraron a lo largo del tiempo. Durante la Alta Edad Media, después de la caída del Imperio Romano, la Iglesia Católica se convirtió en una institución central para la vida social y espiritual de Europa. La celebración de la Navidad comenzó a institucionalizarse a medida que el catolicismo se extendía por el continente. La fecha del 25 de diciembre, establecida oficialmente en el siglo IV por el Papa Julio I para coincidir con el Dies Natalis Solis Invicti romano, se utilizó para atraer a los paganos y facilitar su conversión al cristianismo.

En esta época, las celebraciones de Navidad incluían misas solemnes y actos religiosos centrados en el nacimiento de Cristo. Las iglesias decoraban sus altares y espacios con velas y flores para simbolizar la luz de Cristo. Las misas de medianoche se volvieron una tradición importante, simbolizando el momento del nacimiento de Jesús.

Aunque la Iglesia impulsaba una celebración religiosa, la Navidad en la Edad Media no se limitaba a los servicios litúrgicos. Las festividades incluían elementos de festividades anteriores como la Saturnalia romana y el Yule germánico, que añadieron un tono festivo y lúdico a las conmemoraciones.

Banquetes y festines comenzaron a hacerse más comunes durante esta festividad, en los cuales las familias nobles y los señores feudales organizaban grandes banquetes en sus salones. Estas comidas eran elaboradas y abundantes, y podían incluir carnes de caza, pasteles, frutas secas, vino y especias. La cena de Navidad se convirtió en una oportunidad para mostrar generosidad y hospitalidad. En muchas casas señoriales, se celebraban festines que podían durar varios días, con entretenimiento proporcionado por juglares, trovadores y músicos.

También se popularizaron los dramas y representaciones religiosas. En la Edad Media, las obras de teatro religiosas llamadas misterios y milagros dramatizaban escenas de la vida de Cristo, como su nacimiento, y se realizaban tanto en las iglesias como en las plazas públicas. Eran una manera de enseñar historias bíblicas a una población que, en su mayoría, no sabía leer.

Aunque los villancicos tal como los conocemos hoy en día se desarrollaron más tarde, en la Edad Media ya se cantaban canciones festivas en los pueblos y aldeas. Estos cantos, en sus primeras versiones, incluían tanto himnos religiosos como canciones alegres que celebraban la temporada invernal.

Una figura peculiar de las celebraciones medievales era el Señor del Desorden o Rey de las Fiestas, que presidía festividades en las que las normas sociales se invertían temporalmente. Durante este tiempo, los roles de amos y sirvientes podían intercambiarse, y la diversión desenfrenada, junto con la parodia y el humor, eran comunes. Esta práctica era un remanente de la Saturnalia romana y estaba relacionada con las festividades del solsticio de invierno.

El papel de la Iglesia Católica y la incorporación de tradiciones paganas

La Iglesia Católica, consciente de las costumbres populares, intentó cristianizar algunas de estas prácticas para evitar la oposición del pueblo. Por ejemplo, el uso de ramas de árboles de hoja perenne para decorar casas y edificios se asimiló como un símbolo de vida eterna y la luz de Cristo en un mundo oscuro. Esta práctica tenía sus raíces en el Yule germánico y las celebraciones romanas, donde se usaban plantas como el muérdago y el acebo.

El tronco de Yule, una tradición nórdica en la que se quemaba un tronco grande para atraer la buena fortuna, también se adoptó en algunas regiones de Europa. Aunque el significado pagano de alejar a los espíritus malignos y garantizar la fertilidad del próximo año se reinterpretó para representar la protección divina y la purificación.

La caridad era un componente importante de las celebraciones navideñas medievales. Se instaba a los nobles y terratenientes a dar donativos y comida a los pobres durante la temporada navideña, siguiendo el ejemplo de San Nicolás, un santo conocido por su generosidad. Esta práctica de dar a los necesitados se formalizó en algunos lugares con el día de San Esteban (26 de diciembre), también conocido como el Día de las Cajas (Boxing Day), donde los siervos y trabajadores recibían regalos o comida.

La temporada de Adviento, que precedía a la Navidad, era un tiempo de ayuno, oración y reflexión. Era común que las personas se abstuvieran de ciertos alimentos y prácticas festivas hasta el día de Navidad, marcando así un contraste entre el período de espera y la celebración que vendría. Durante el Adviento, los sermones y servicios religiosos se centraban en la espera de la llegada de Cristo, tanto en su nacimiento como en su segunda venida.

A pesar de la popularidad de las celebraciones, no todos veían con buenos ojos la mezcla de festividades cristianas y elementos paganos. Algunos líderes de la Iglesia y reformadores criticaban los excesos y el comportamiento licencioso asociado con las festividades navideñas. En ciertos casos, se intentó regular o limitar las festividades para que fueran más sobrias y se centraran en la devoción religiosa.

Las órdenes monásticas, como los benedictinos y los franciscanos, tuvieron un papel clave en promover las celebraciones religiosas de la Navidad. Los monjes y frailes llevaban a cabo misas solemnes y organizaban obras de caridad. Además, los monasterios a menudo eran centros de producción de vino y cerveza, que eran consumidos durante las festividades navideñas.

Hacia el final de la Edad Media, la Navidad había evolucionado hasta convertirse en una festividad importante tanto en el calendario litúrgico como en la vida popular. Las ciudades comenzaban a decorar sus calles y organizar mercados navideños donde se vendían alimentos, juguetes y decoraciones. Las tradiciones regionales se entrelazaban con las enseñanzas cristianas, creando una celebración diversa y colorida.

En resumen, la Navidad en la Edad Media era un reflejo de la vida medieval misma: una mezcla de devoción religiosa y celebraciones llenas de color, música y festividad. La combinación de prácticas paganas, costumbres populares y enseñanzas cristianas sentó las bases para muchas de las tradiciones navideñas que aún persisten hoy.

La Navidad moderna es un sincretismo de culturas y tradiciones que no tienen fundamento bíblico.

Con el paso de los siglos, la Navidad fue adoptando elementos de las distintas culturas y festividades antiguas. La incorporación de árboles decorados, las luces, las canciones y los regalos provienen de una amalgama de tradiciones que incluyen la Saturnalia romana, el Yule germánico y las prácticas paganas de adoración al sol. La Iglesia, en un esfuerzo por unificar la celebración y darle un enfoque más cristiano, logró transformar muchas de estas costumbres en símbolos de la festividad de Jesús, aunque su origen pagano sigue siendo evidente para los estudiosos de la historia.

La celebración de la Navidad en la era moderna comenzó a tomar forma a partir del Renacimiento y especialmente durante los siglos XVII al XIX, con el surgimiento de nuevas tradiciones y una revitalización de las antiguas costumbres navideñas que habían sobrevivido a través de los siglos.

Durante el Renacimiento, la Navidad experimentó un resurgimiento en popularidad y se celebraba tanto en Europa continental como en Inglaterra con renovado entusiasmo. Esta época, marcada por el redescubrimiento de las artes y la literatura clásicas, también influyó en las celebraciones navideñas. Las representaciones teatrales de la Natividad, conocidas como misterios, se volvieron más elaboradas y comenzaron a incluir no solo historias bíblicas, sino también escenas más complejas y de carácter secular.

Las ciudades y pueblos decoraban sus calles y plazas, y los mercados navideños se volvieron comunes en partes de Europa, especialmente en Alemania y Austria. Estos mercados, como el famoso Christkindlmarkt de Núremberg, se llenaban de comerciantes que vendían dulces, juguetes y artesanías, y las plazas se iluminaban con velas y antorchas, creando un ambiente festivo.

Uno de los episodios más interesantes de la historia de la Navidad ocurrió en Inglaterra durante el siglo XVII, cuando los puritanos, liderados por figuras como Oliver Cromwell, tomaron el control del Parlamento y establecieron la Commonwealth (1649 al 1660). Los puritanos consideraban que la Navidad estaba plagada de excesos y comportamientos licenciosos que se alejaban del verdadero propósito cristiano de la festividad. En 1644, el Parlamento puritano declaró el 25 de diciembre como un día de trabajo normal, y la celebración de la Navidad fue prohibida formalmente en 1647.

La represión de las festividades navideñas incluyó la prohibición de las reuniones festivas, la cancelación de misas especiales y la eliminación de cualquier símbolo navideño. Sin embargo, la población seguía celebrando en secreto y a menudo se producían disturbios y protestas en contra de la prohibición. Esta política de restricción solo duró hasta 1660, cuando la monarquía fue restaurada y el rey Carlos II devolvió a la Navidad su estatus festivo.

En el siglo XVIII, la Navidad comenzó a recuperar su popularidad en Europa. Las tradiciones locales, como los villancicos y los banquetes familiares, volvieron a ser comunes, y las celebraciones se expandieron a diferentes capas de la sociedad. En Alemania, el árbol de Navidad, conocido como Tannenbaum, se empezó a decorar con velas, frutas y pequeños regalos. Esta tradición, que había tenido orígenes paganos y germánicos, fue cristianizada y se convirtió en un símbolo de la festividad.

Al mismo tiempo, escritores y poetas comenzaron a incluir referencias a la Navidad en sus obras. Las ilustraciones de artistas como William Hogarth reflejaban escenas de celebraciones navideñas en las casas de la clase media y alta, mostrando a las familias reunidas alrededor de la chimenea y participando en juegos y banquetes.

El siglo XIX fue un punto de inflexión para la Navidad, especialmente en Inglaterra, donde la reina Victoria y el príncipe Alberto popularizaron muchas de las tradiciones navideñas que conocemos hoy. Alberto, de origen alemán, introdujo la práctica del árbol de Navidad en el palacio de Windsor, y la imagen de la familia real reunida alrededor del árbol se publicó en periódicos, lo que inspiró a la población a imitar esa costumbre.

Durante este período, la literatura y la música navideñas también florecieron. Charles Dickens, con su famosa obra A Christmas Carol en 1843, fue fundamental para moldear la percepción moderna de la Navidad como un tiempo de compasión, generosidad y reflexión. La historia de Ebenezer Scrooge, un avaro que encuentra la redención gracias al espíritu de la Navidad, capturó la imaginación del público y promovió un mensaje de caridad y buena voluntad.

Los villancicos, que habían caído en desuso durante los siglos anteriores, resurgieron con fuerza. Canciones como Silent Night (compuesta en 1818 en Austria) y O Come, All Ye Faithful se convirtieron en clásicos que se cantaban en iglesias y hogares. Las tarjetas de Navidad también se popularizaron en la era victoriana, gracias a Sir Henry Cole, quien creó las primeras tarjetas impresas en 1843.

En los Estados Unidos, la Navidad fue celebrada de manera fragmentada en los siglos XVII y XVIII, influenciada por las tradiciones traídas por los colonos europeos. Sin embargo, no fue hasta el siglo XIX que la festividad se consolidó como un evento nacional. La mezcla de tradiciones británicas, alemanas y holandesas enriqueció las celebraciones en el país. Por ejemplo, la figura de Santa Claus se desarrolló a partir de San Nicolás, fusionándose con elementos del folclore holandés de Sinterklaas y con la popularidad que le dio el poema de Clement Clarke Moore, A Visit from St. Nicholas, en 1823, también conocido como The Night Before Christmas.

La imagen moderna de Santa Claus, con su traje rojo y barba blanca, se consolidó gracias al trabajo del caricaturista Thomas Nast en el siglo XIX y fue reforzada por ilustraciones y anuncios a lo largo del siglo XX, particularmente por campañas publicitarias de Coca-Cola.

Con el advenimiento del siglo XX, la Navidad se convirtió en una festividad ampliamente celebrada en el mundo occidental y más allá, gracias en parte a la influencia de los medios de comunicación y la publicidad. La radio, la televisión y, más tarde, el cine ayudó a difundir canciones, películas y programas que consolidaron la imagen de la Navidad como un tiempo de alegría familiar y tradiciones compartidas.

El siglo XX también vio un incremento en la comercialización de la Navidad, con un énfasis en los regalos y las compras. Las tiendas comenzaron a adornar sus escaparates con luces y decoraciones desde principios de diciembre, e incluso antes, creando un ambiente festivo que fomentaba el consumismo. Este fenómeno no solo se observó en los Estados Unidos y Europa, sino que se extendió a otras partes del mundo, donde la Navidad se convirtió en una celebración adoptada por diferentes culturas, a menudo con adaptaciones locales.

La Navidad, tal como se celebra en la era moderna, es el resultado de siglos de evolución y adaptación. Desde las raíces antiguas de las festividades paganas, pasando por las prácticas medievales y renacentistas, hasta las tradiciones victorianas y la comercialización del siglo XX, la festividad ha ido incorporando elementos de diferentes culturas y épocas. Hoy, la Navidad es una combinación de lo pagano, religioso y secular, un tiempo que muchos dedican para la reflexión espiritual, la familia, la generosidad y, para muchos, la diversión y el intercambio de regalos.

Las abominaciones en el templo de Jerusalén y sus implicaciones en la celebración de la Navidad

La corrupción espiritual y el alejamiento de los principios divinos que sufrió el pueblo de Israel, así como el pueblo cristiano en general, se ven manifestados en el capítulo 8 de Ezequiel. Esta visión que Dios le dio al profeta es una denuncia de la idolatría y también un llamado de atención para todos nosotros sobre la importancia de la pureza en nuestra adoración y el peligro de permitir que las influencias externas nos aparten de nuestro compromiso con Dios.

Ezequiel, en cautiverio en Babilonia, es visitado por la mano de Dios, quien lo lleva en espíritu a Jerusalén. Allí, Dios le muestra los pecados ocultos que el pueblo estaba cometiendo dentro del templo mismo. “Aconteció en el sexto año, en el mes sexto, a los cinco días del mes, que estaba yo sentado en mi casa, y los ancianos de Judá estaban sentados delante de mí, y allí se posó sobre mí la mano de Jehová el Señor.” Ezequiel 8:1. En esta visión, se le muestra la gloria de Dios, que aparece como una figura de resplandor y fuego, tal como se describe en Ezequiel 8:2: “Y miré, y he aquí una figura que parecía de fuego; desde sus lomos para abajo, fuego; y desde sus lomos para arriba, parecía resplandor, el aspecto de bronce refulgente.”

La visión comienza en la entrada del templo, un lugar que debía ser sagrado y dedicado a la adoración de Jehová, pero que en ese momento había sido profanado. Dios le dice a Ezequiel: “Hijo de hombre, alza ahora tus ojos hacia el lado del norte. Y alcé mis ojos hacia el norte, y he aquí al norte, junto a la puerta del altar, aquella imagen del celo en la entrada.” Ezequiel 8:5. Este ídolo, conocido como la “imagen del celo,” representaba la influencia de dioses paganos en el culto de Israel. Esta imagen del celo, en hebreo sêmel haqqin’âh, no se menciona en ninguna otra parte de la Biblia, ni tampoco en la literatura antigua que disponemos hasta hoy. Algunos han sugerido que representaba a Baal, a Moloc o a Astarté.

La imagen pudo haber representado algún ídolo específico que provocó el celo de Dios o a la idolatría en general con que se contaminó el recinto del templo. Algunos pudieran pensar que ese ídolo se trata del miembro reproductivo del hombre, pero no existen evidencias que lo sustenten. Aunque en la actualidad en Japón se celebra una festividad que honra la fertilidad, la prosperidad y cuyo símbolo es el pene, llamada Kanamara Matsuri o Festival del Falo de Acero, se pudiera tratar de una versión moderna de una representación de Tamúz en la antigua Mesopotamia, que también simbolizaba la fertilidad.

Dios añade: “¿No ves, hijo de hombre, las grandes abominaciones que los de la casa de Israel hacen aquí para alejarme de mi santuario?” Ezequiel 8:6. Dios le subraya la gravedad de la situación a Ezequiel, porque el pueblo no solo había permitido la idolatría, sino que la había introducido al lugar que debía ser más sagrado. Dios lleva a Ezequiel más allá de la entrada y le muestra un agujero en la pared, diciéndole: “Y me dijo: Hijo de hombre, cava ahora en la pared. Y cavé en la pared, y he aquí una puerta. Me dijo luego: Entra, y ve las malvadas abominaciones que estos hacen allí. Entré, pues, y miré; y he aquí toda forma de reptiles y bestias abominables, y todos los ídolos de la casa de Israel, que estaban pintados en la pared por todo alrededor.” Ezequiel 8:8-10. En esa cámara, los ancianos de Israel estaban adorando en secreto, cada uno con su incensario en la mano. Ellos decían: “Jehová no nos ve; Jehová ha abandonado la tierra.” Ezequiel 8:12. Aunque parezca un relato relacionado con la idolatría del pueblo de Israel, contempla un sentimiento que muchos creyentes pueden tener.

El hecho de no recibir castigo inmediato por la idolatría, a la que muchos están acostumbrados, no significa que Dios esté ciego y que no observa desde lo alto. La visión de Ezequiel demuestra que Dios ve la idolatría de su pueblo. A pesar de que muchos crean que Dios ha abandonado la tierra y que pueden hacer lo que quieran en ella, no debe confundirse con una actitud permisiva de Dios.

Él es paciente: “Misericordioso y clemente es Jehová, lento para la ira y grande en misericordia.” Salmos 103:8. Pero tampoco dejará por inocente al culpable. En Éxodo 34:7, la palabra de Dios dice: “que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos hasta la tercera y cuarta generación.”

Luego, Dios dice a Ezequiel: “Vuélvete aún, verás abominaciones mayores que hacen ellos.” Ezequiel 8:13. Lo lleva a la puerta del templo, donde Ezequiel ve “mujeres que estaban allí sentadas endechando a Tamúz.” Ezequiel 8:14. Tamúz, el dios mesopotámico asociado con la fertilidad, y su lamentación anual simbolizaba la muerte y el renacimiento de la naturaleza, cuya celebración anual, el 25 de diciembre, fue usada más tarde para celebrar el nacimiento de Jesús.

De modo que la participación de las mujeres en este rito pagano dentro del templo muestra cuán profundamente se había infiltrado la idolatría en la cultura y la práctica religiosa de Israel. Como hemos visto en este estudio, el culto a Tamúz es uno de los cultos paganos más profundamente enraizados en muchas culturas, incluso en el pueblo de Israel. Esas mujeres que describe Ezequiel son una clara alusión a la Navidad, y las mujeres representan a las iglesias participando de dicha celebración.

Pero eso no es todo. Dios le dice a Ezequiel: “¿No ves, hijo de hombre? Vuélvete aún, verás abominaciones mayores que estas.” Ezequiel 8:15. Luego lo lleva al atrio interior del templo, y Ezequiel ve a veinticinco hombres con “sus espaldas vueltas al templo de Jehová y sus rostros hacia el oriente, y adoraban al sol, postrándose hacia el oriente.” Ezequiel 8:16. Este acto de adorar al sol era común en las religiones de las naciones vecinas, pero para Israel significaba dar la espalda al Dios verdadero y único. Estos 25 varones incluso pueden tomarse como una referencia a la fecha de esa celebración, que es el 25 de diciembre.

Dios concluye mostrando a Ezequiel la gravedad de estos actos del pueblo de Israel, aunque tiene un alcance hasta nuestros días: “¿Has visto, hijo de hombre? ¿Es cosa liviana para la casa de Judá hacer las abominaciones que hacen aquí, después que han llenado de maldad la tierra y se volvieron para irritarme?” Ezequiel 8:17. Y le advierte: “Por tanto, yo también procederé con furor; no perdonará mi ojo, ni tendré misericordia; y gritarán a mis oídos con gran voz, y no los oiré.” Ezequiel 8:18. Este juicio es una clara indicación de que la idolatría y la corrupción espiritual habían llegado a un punto de no retorno, mereciendo la justa retribución de Dios.

Este capítulo de Ezequiel nos muestra que la idolatría y la corrupción espiritual no son solo una cuestión de ceremonias externas, sino de corazones apartados de Dios. La visión de Ezequiel es un recordatorio solemne de la importancia de mantener la pureza de nuestra adoración y de no permitir que las influencias del mundo nos aparten de la verdad, como la celebración de la Navidad. Dios busca adoradores que lo adoren “en espíritu y en verdad.” Juan 4:24. Dios no quiere que celebren el cumpleaños de Jesús, sino su muerte, para que recordemos el sacrificio de su unigénito Hijo, quien derramó su sangre por todos nosotros.

Aunque no es posible determinar con certeza la fecha exacta del nacimiento de Jesús, el análisis de los relatos bíblicos y el contexto histórico sugiere que pudo haber nacido en otoño, posiblemente entre septiembre y octubre. Esta estimación se basa en las condiciones climáticas favorables para los pastores en el campo, el momento probable del censo romano y el cálculo a partir del servicio sacerdotal de Zacarías.

Así como Ezequiel fue testigo de estas abominaciones, nosotros también estamos llamados a examinar nuestras propias vidas, así como las tradiciones familiares y culturales que puedan ser consideradas por Dios como idolatría.

¿Estamos dejando entrar prácticas o creencias que desvían nuestra adoración a Dios?

Si tú celebras la Navidad, ten en cuenta que eres parte de esos hombres y mujeres que endechaban a Tamúz. Las prácticas paganas siempre tienen un final trágico para quienes las practican. Aunque te justifiques y quieras darle una connotación bíblica a la celebración de la Navidad, recuerda lo que Jesucristo dijo: “… Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; más Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación.” Lucas 16:15.

 

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ALFREDO ARREAZA
ALFREDO ARREAZA
3 años atrás

Un solo Dios, una sola palabra, como cristiano puro debemos comparar las tradiciones o costumbres fabricadas por las manos de los hombres que son vanidades contra la Verdad que es la Palabra de Dios (Juan 17:17).’Bendiciones!!

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